domingo, 21 de octubre de 2012

Nuestra especie es la única de la naturaleza en la que no hay forma de saber cuándo está ovulando una mujer


-El sexo es básico para nacer y para no nacer…
-Es cierto. Nuestra especie es la única de la naturaleza en la que no hay forma de saber cuándo está ovulando una mujer. Cuando una chimpancé está ovulando, es decir cuando es fértil y puede engendrar se vuelve sexualmente receptiva, porque el resto del tiempo no lo es. Y en ese momento es que es casi como si pusiera un anuncio que traducido al comportamiento humano sería como si fuera gritando: «¡eh! ¡estoy ovulando!». Como un semáforo con luces de neón. Y esto ya es una diferencia... Nuestra especie es muy diferente a las demás en cuanto al sexo. La sensualidad humana es fascinante. Algún día haré un libro sobre el sexo….
-Esperemos que no pasen otros treinta años, que es lo que llevaba con la idea de escribir un libro sobre el viaje del parto. ¿Tan definitivo es?
-La gestación y el parto son dos de los aspectos más asombrosos y que más nos diferencian de otras especies. Nuestro parto es radicalmente distinto y a través de él podemos comprender casi todas las características de los seres humanos. Todo tiene que ver con la anatomía…
-Esa anatomía que conoce tan bien. Es más, probablemente sea usted una de las personas que más caderas ha medido en este planeta…
-Es que dan mucha información. Hice mi tesis sobre las pelvis hace treinta años. Ésta junto con el cráneo es el la parte del esqueleto que más información da.
-¿Gracias a ellas se sabe por qué el parto es tan doloroso, por ejemplo?
-Pues sí, ahí está la respuesta. Somos un prodigio biomecánico en cuanto a locomoción, y eso es porque la distancia entre los dos fémures se  ha estrechado en la evolución humana. Cuanto menos distancia hay entre esos dos fémures mejor se camina.
-Pero se pare peor ¿no?
-Se pare peor porque, además, en la evolución, los humanos nacen cada vez con el cerebro más grande. Al nacer nuestro feto tiene un cerebro que es como el de un chimpancé adulto.
-¿Y eso en qué deriva?
-Pues en que, a diferencia de los demás animales, nuestros niños llegan al mundo muy poco desarrollados, indefensos, casi a medio hacer, pero se encuentran con un entorno que los protege.
-¿Entonces le debemos nuestra indefensión a nuestro cerebro, pero también que nuestra supervivencia al nacer esté prácticamente garantizada?
-Todo está relacionado y nada es casual. Por ejemplo, la evolución ha proporcionado a las mujeres unas armas que favorecen la vida en pareja, como  tener los pechos abultados durante toda la vida y no sólo durante la lactancia.  En otras especies los pechos abultados son una señal de no fertilidad, pero en la nuestra son un rasgo sexual. Como te decía antes, cuando una hembra chimpancé está ovulando le ofrece todo tipo de señales al macho. Pero la humana por el contrario no emite esas señales es casi imposible saber cuál es su ciclo de ovulación. Y eso obliga al macho a estar siempre a su lado si quiere reproducirse.
-Y de ahí las parejas estables ¿no?
-Sí. Es una estrategia evolutiva que favorece la protección de las crías humanas, que nacen mucho más desprotegidas que las de cualquier otra especie.
-¿El amor de las madres humanas por sus hijos desde que nacen también es parte de la estrategia evolutiva?
-No, el amor de una madre de cualquier mamífero por sus crías es igual. Es una pulsión biológica. La excepción es la pareja. Hay aves que forman parejas para criar y son monógamas, pero sólo durante la época de la reproducción. Sin embargo, la estructura de nuestra especie está formada por grupos y estos grupos están formados por familias: dos sexos que se asocian y forman parejas para el cuidado de la prole y eso tiene que ver con que nuestro desarrollo sea muy prolongado
-Las hembras humanas, además tienen una función determinada cuando dejan de ser fértiles en la menopausia ¿no?
-Sí. Más o menos hacia la mitad de la vida las hembras de nuestra especie dejan de ser fértiles, lo que no sucede en otras especies, en las que las hembras son fértiles hasta el final, aunque van declinando como los machos. Entonces la menopausia no es un subproducto, digamos de la edad, sino algo que se ha seleccionado, porque tras la menopausia, la mujer sigue teniendo una importante labor social que es la de cuidar y aconsejar a la prole.
-Volviendo a las crías humanas, está claro que nacen desprotegidas, pero ¿sufren también como las madres en ese parto tan complejo?
-El parto es doloroso para la madre, pero realmente dificultoso para el feto, que debe adoptar diversas posturas en su camino hacia el exterior, con una extenuante y claustrofóbica expedición por el angosto y complicado pasadizo de una estrecha cueva. El feto humano, a diferencia de los de los de otros animales como vacas, perros o caballos, tiene que pasar por un conducto muy estrecho, lleno de recodos, que le obliga a retorcerse para poder salir. Ese camino es así porque la mujer tiene la vagina orientada hacia delante y eso tiene que ver con la postura bípeda.
-Es un viaje largo, de muchos meses en el que suceden muchas cosas…¿cómo sabe el niño cuando tiene que salir o la madre cuándo tiene que expulsarlo?
-Esas son preguntas que ya se hacía Leonardo y de las que todavía no hay respuesta. No hay fósiles para tantas preguntas, por eso me gustaría encontrar más caderas en mis excavaciones.
-Lo que si tiene respuesta en este  libro es la pregunta de qué mataba a tantas mujeres tras el parto en el siglo XIX, ¿no?
-Es una historia fascinante que descubrió Semmelweis…El asesino era él. No lo sabía pero lo acaba descubriendo. ¿Te imaginas una novela policiaca mejor que ésa? Es un personaje real y una historia real. No diré por qué se morían las mujeres, hay que leerlo en el libro.
-Ya que hemos estado hablando de vida y ahora de muerte, una curiosidad: ¿Se sabe ya cuándo el ser humano empezó a ser consciente de que se iba a morir?
-Me gustaría mucho saberlo, pero ésa es la pregunta, la última frontera. Es lo más difícil, porque ni siquiera la ciencia sabe bien cómo funciona la mente. Ésa es la última frontera que queda para el futuro de la ciencia y no para este siglo, sino para el milenio.

Personal e intransferible
Nuestro científico más internacional, el mismo que sigue en la Sierra de Atapuerca desarrollando un trabajo que en 1997 le llevó a conquistar con su equipo el Príncipe de Asturias  y que le hace seguir cosechando reconocimientos como el de doctor Honoris Causa por la Politécnica de Valencia, se define como un auténtico Cromañón «con mis plumas y mis collares y con ese sentimiento respetuoso con la naturaleza».  Y tal vez por eso («los cromañones tenían un mundo mágico y maravilloso y estaban encantados de haberse conocido. Eran orgullosos y fantásticos. A partir de ellos todo ha sido decadencia») se le nota la autoestima, que no le exime de esa característica común a todos los hombres inteligentes: la duda. Por eso subraya en el prólogo de su libro sobre el parto que: «Un libro científico serio es, necesariamente, un libro de dudas, un libro que terminarían, con los años, otros investigadores».
 

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