martes, 27 de agosto de 2013

Brittany Gibbons, la bloguera que decidió tener sexo todos los días como terapia... y compartirlo

A sus 32 años y después de dar a luz a tres hijos, Brittany Gibbons se propuso acabar con sus complejos.
Había llegado el momento de aceptar su cuerpo tal y como era pero... ¿cómo?
Hasta ese momento, Brittany odiaba su cuerpo desnudo. Las relaciones íntimas con su marido eran todo un tormento: él nunca la había llegado a ver desnuda completamente.
Todo fue a más después de los embarazos.
Así que Brittaný 'tiró por la calle de en medio' y compartió a través de su exitoso blog, 'Brittany, Herself', la decisión que había tomado: tener sexo con su marido todos los días del año. Todos. y eso que hasta ese momento Brittany se inventaba cualquier excusa para no ir a la cama con su marido, que parecía frustrado por ello.
Tal fue el revuelo que se formó en el ciberespacio que hasta el Daily Mail británico se hizo eco de su particular terapia.
Tras el experimento, las conclusiones han sido muy positivas y al parecer ha recuperado su autoestima y la confianza con su marido.

domingo, 25 de agosto de 2013

La Dominación de la Mujer EXISTE

Deidrah es la coqueta mona que, sin vestirse de seda, mordisquea la oreja deOppenheim, el mono Rhesus al que seduce con frecuencia. Estos dos animales son los protagonistas de la investigación que está llevando a cabo el equipo de Kim Wallen, psicólogo y neuroendocrino, licenciado en la Emory University. El investigador lleva décadas trabajando en el Yerkes Primate Research Center, a las afueras de Atlanta, observando el hábitat –provisto de cuerdas, tablas y escaleras– en el que viven 75 monos Rhesus. Se trata de la especie que, en los años cincuenta y sesenta, fue enviada al espacio a modo de prueba, para comprobar si un ser humano sobreviviría a una escapada a la luna.
Mediante la minuciosa observación de los hábitos sexuales y de apareamiento de estos monos, los científicos están llegando a conclusiones inusitadas, contrarias a las establecidas.
“Las hembras eran pasivas. Esa era la teoría a mediados de los setenta”, recuerda Wallen, y añade que “el olor de las hembras atraía al macho, que era quien iniciaba la actividad sexual”. Pero parece que la ciencia se las ha arreglado para eludir el deseo femenino, que ha resultado ser muy importante en este tipo de comportamientos.
Sin embargo, el papel dominante de las monas no es algo estrictamente nuevo, sino que había sido ignorado y archivado sin contemplaciones. Cuando ejercieron de astronautas primerizas, se observó que las mujeres eran peleonas y homicidas, las sargentas en el conflicto brutal, las gobernantas. Todo ello se puso por escrito en artículos publicados en los años treinta y cuarenta, pero estos fueron enterrados y su contenido, condenado al olvido. “Aquel comportamiento iba totalmente en contra de las ideas preconcebidas acerca del papel dominante de los machos”, afirma Wallen, “de modo que simplemente se ignoró”.
Un cambio de perspectiva
Parece, pues, que el papel pasivo atribuido a las hembras no está del todo sustentado. Pero, además, las evidencias de lo contrario estaban, según los investigadores, en frente de sus narices: tan seguros estaban del rol dominante del macho que eran incapaces de observar lo que realmente ocurría ante sus ojos. Pero ahora la ciencia ha dado un giro hacia la observación de la sexualidad femenina. Este campo ha comenzado a explorarse gracias al intento de ver más allá del estereotipo del deseo femenino y la monogamia. Wallen y sus primates han contribuido a poner los puntos sobre las íes.
Los adultos machos acechan a las hembras en los límites de su dominioNo obstante, en lo que respecta a lo inconsciente que ha sido la ciencia del origen y las reacciones del deseo femenino, el investigador no sólo culpa a las ideas preconcebidas, sino también al acto sexual en sí. “Cuando se observa la interacción sexual, es fácil ver lo que el macho está haciendo: está empujando. Se requiere una verdadera concentración en la interacción al completo para ver lo que está haciendo la hembra. Pero una vez que lo ves realmente, no puedes volver a pasarlo por alto”, sentencia Wallen.
Cuando los monos se encuentran en su hábitat natural, en las montañas y los bosques asiáticos, los adultos machos acechan a las hembras en los límites de su dominio. Las hembras los invitan a servirlas sexualmente. Los machos se quedan –deseables y prescindibles– hasta que las hembras pierden interés en ellos. Una vez que ellos son despachados (o despechados), se les reemplaza.
En sus instalaciones, Wallen sacaba a los sementales e introducía nuevos machos cada tres años, el tiempo en que sus encantos comienzan a decaer. Tiempo medido en función de la reducción de la frecuencia de las cópulas (casi siempre propiciadas por las hembras). En la naturaleza la atracción duraba sólo un poquito más.
La novedad
Como han comprobado estos investigadores en sus instalaciones, las hembras son muy hostiles ante la inclusión de una nueva hembra –que será acosada hasta la muerte– y muy receptivas ante un novedoso ejemplar masculino(¿estamos hablando de monos?).
Sin la iniciativa de la hembra, lo más probable es que la cópula no tenga lugarPor otro lado, una de las asistentes del proyecto,Amy Henry, admira los devotos mimos que, como madre, Deidrah propicia a sus pequeños. Dice que no siempre ocurre así, y que la mona se muestra protectora y amorosa. No obstante,cuando Oppenheim ocupa su mente el instinto maternal parece desaparecer. Deidrah pasa a ignorar al bebé, casi como si fuera un extraño, en el momento en que se encuentra en mitad de la ovulación, con sus libidinosas hormonas en niveles altos. Entonces, la mona se sitúa en frente del macho, se agacha y da golpes con la mano en el suelo, insistentemente. Según los investigadores, “el equivalente a desabrocharle el cinturón a un hombre”. Es evidente, cuando se observa con detenimiento, que es ella la que toma la iniciativa.
Wallen señala otro de los motivos, casi logístico, que puede haber llevado a esta confusión en cuanto a los papeles sexuales del macho y la hembra. Hacia los años setenta, para la observación del apareamiento se metía a los monos en jaulas estrechas. Así, los machos parecían ser los iniciadores de la cópula, porque la proximidad obligada de las hembras era interpretada como el acoso seductor que acabamos de describir. Una vez establecidos en las instalaciones de Yerkes la situación cambió. Los hábitats reproducían mejor las condiciones de la naturaleza y eran mucho más amplios. Entonces se pudo observar que, en realidad, el sexo (o la falta de él) dependía casi exclusivamente de la actitud de la mona. La hembra acosa al macho sin cesar, lo lame, le acaricia la barriga, se la besa, le da golpecitos, está ansiosa. Sin todo ese ritual previo, lo más probable es que la cópula no tenga lugar.
Las hembras como depredadoras sexuales
¿Son las hembras la parte activa de la relación sexual en otras especies de monos? Según Wallen, es pronto para saberlo, pues aún no se han hecho estudios lo suficientemente meticulosos. En el caso de los monos capuchinos, de los macacos de Togian y de los macacos de cola de cerdo, son efectivamente las hembras las depredadoras sexuales. También en los orangutanes estas escenas han sido documentadas, por primera vez en los años ochenta: el macho tumbado, enseñando su buena disposición sexual a la dama, pasivamente esperando a que la hembra le monte. De igual modo los bonobos o chimpacés pigmeos esperan a que la hembra ávidamente se ponga manos a la obra y se dé a la actividad sexual con los machos, y también entre ellas.
Tras el ritual llevado a cabo por Deidrah, Oppenheim finalmente sucumbió y ambos monos copularon. Pero las monas no son sólo las que toman la iniciativa, sino que, además, son insaciables. Pocos minutos después la hembra volvía a acosarle y, si no encontraba una reacción satisfactoria, probablemente iría en busca de otro macho. En palabras de Wallen, “ella tiene relaciones sexuales y, mientras él se da al sesteo en el período post-eyaculatorio, ella se levanta inmediatamente y va en busca del siguiente”.
Las investigaciones parecen apuntar a que, al menos científicamente, no estamos lo suficientemente atentos a lo que las mujeres demandanRastreando los comportamientos de la instalaciones, Wallen se ha preguntado muchas veces si estas conductas se aplican también a los humanos y si, “a causa de los imperativos y las convenciones sociales, las mujeres no toman la iniciativa normalmente o no reconocen la intensa motivación que las monas obedecen”. Sus décadas de estudio abarcan la especie humana tanto como el ámbito de los monos Rhesus, y el investigador se muestra seguro de que, efectivamente, lo mismo debe pasar en los humanos, aunque su realización última no sea esa debido a una serie de factores culturales.
Wallen no pretende establecer una correspondencia exacta entre Deidrah y la mujer media. Hay demasiada complejidad en juego como para proponer semejante ecuación. Simplemente, como muchas otras investigaciones acerca de la sexualidad animal y la humana, el trabajo de Wallen con nuestros ancestros pone en duda las asunciones convencionales, según las cuales la mujer tiene de manera innata menos energía sexual que el hombre. Este tipo de conclusiones también rebaten la idea de que el hombre está programado por la evolución para expandir su semilla –es decir, para ser promiscuo–, mientras que la mujer está (hablando grosso modo) genéticamente forzada a encontrar el hombre/padre adecuado, por lo que tiende a la monogamia.
Esas nociones tradicionales pueden ser reconfortantes para la sociedad (la mitad de la población está, de algún modo, biológicamente programada para garantizar la estabilidad), pero los científicos que han estudiado recientemente los comportamientos sexuales de diferentes tipos de primates están llegando a conclusiones muy distintas. Las investigaciones que relacionan, con fundamento científico, el deseo de las monas al de las humanas, parecen apuntar a que, al menos científicamente, no estamos lo suficientemente atentos a lo que las mujeres demandan.

El Amor Tres de sus componentes: Conexión, Pasión y Compromiso

Aunque el amor ha sido una importante preocupación de la psicología desde tiempos de Freud, su estudio, como en la mayoría de los campos de la disciplina, se preocupó más de lo patológico que de lo convencional. Tanto Freud, como Maslow o Reik, trazaron sendas teorías sobre el amor buscando las razones clínicas por las que algunas personas eran incapaces de amar, pero no se preocuparon por investigar de qué manera amaban las personas que aman.
No fue hasta 1986 cuando Robert Sternberg (Newark, EEUU, 1949), hoy presidente de la Universidad de Wyoming y uno de los más reputados psicólogos del mundo, publicó en la revista Psychological Review su seminal teoría triangular del amor. El artículo, que fue ampliado dos años después en el libro El triángulo del amor: intimidad, pasión y compromiso (Paidos), recogía la primera clasificación sobre los tipos de relaciones amorosas, que sigue siendo ampliamente estudiada y debatida hoy en día.
Según Sternberg, el amor es una relación interpersonal que se caracteriza por tres componentes:
1. Intimidad: abarca sentimientos de apego, cercanía y conexión emocional que promueven el vínculo afectivo en la pareja.
2. Pasión: refleja un estado de intenso deseo sexual y de unión entre las partes.
3. Compromiso: se trata de la intención de las partes de mantener el amor y continuar con la relación.
Según la teoría de Sternberg, las relaciones amorosas evolucionan desde la pasión al compromiso, pudiendo desarrollar la intimidad en el camino y manteniendo o no la pasión. Estos tres pilares del amor forman un triángulo y la combinación de ellos resulta en siete tipos de amor. Toda pareja se encuentra en uno de los siete estadios y puede evolucionar de uno a otro en función de lo presentes que estén en la misma los tres pilares del amor. Según el psicólogo, es improbable que una relación basada sólo en uno de los vértices se mantenga en el tiempo, pero no ocurre lo mismo con las relaciones que tienen dos o tres patas.
El triángulo del amor de Robert Sternberg
En función de la presencia o no de cada componente del amor, Sternberg estableció siete tipos de relaciones, que encajan dentro de las siguientes descripciones:
1. Cariño (sólo intimidad)
Se trata del amor propio de las amistades: existe un vínculo y una cercanía con la otra persona, pero no hay pasión física ni existe un compromiso a largo plazo. Este tipo de amor es característico de las relaciones de pareja recién estrenadas, normalmente a partir de una amistad previa, que no encuentran el camino para profundizar más allá de la mera amistad. Si no avanzan a otro estadio no suelen durar más de dos meses.
2. Encaprichamiento (sólo pasión)
Se trata del amor propio de los “flechazos”, caracterizado por un intenso deseo sexual y la necesidad de contacto físico, pero sin que medie, por el momento, la intimidad ni el compromiso. Es característico de la primera fase de algunas relaciones, pero no funciona con el tiempo si no se desarrolla alguno de los otros pilares del amor.
3. Amor vacío (sólo compromiso)
Es característico de las uniones por conveniencia o de los matrimonios que, a la larga, han perdido la pasión y la intimidad. Sigue existiendo un interés por mantener la relación, pues interesa a las dos partes, pero los miembros no sienten nada el uno por el otro.
4. Amor romántico (pasión + intimidad)
Es el amor propio de una pareja bien avenida en los primeros meses o años de ésta (sobre todo si los miembros son jóvenes). Existe un intenso deseo sexual y ha aparecido la intimidad propia de una pareja, pero aún no se ha adquirido ningún compromiso ni se ha discutido sobre planes de futuro.
5. Amor sociable (intimidad + compromiso)
Es característico de numerosos matrimonios de largo recorrido. La pasión sexual ha desaparecido, pero sigue habiendo cariño, confianza y compromiso. La pareja sigue compartiendo su vida aunque no exista deseo sexual físico. Se trata de un tipo de amor que puede durar mucho en el tiempo, pero la pareja corre el peligro de perder la intimidad o el compromiso, lo que puede suponer el fin de la misma.
6. Amor fatuo (pasión + compromiso)
Se trata del amor en el que ambas partes muestran compromiso y tienen una vida sexual plena, pero no ha desarrollado una intimidad emocional sólida. La intención de permanecer juntos existe dado que la pasión es fuerte, pero en cuanto esta falle es probable que el amor desaparezca, dado que la intimidad es el pilar amoroso que ofrece más estabilidad a la pareja.
7. Amor consumado (pasión + intimidad + compromiso)
Es la forma completa de amor, el estado ideal al que todas las parejas aspiran. Sterbeng asegura que llegar a esta forma de amor no es tan difícil como mantenerla en el tiempo, algo que logran muy pocas parejas. Es muy habitual que las parejas que alcanzan este estadio con el tiempo acaben pasando a tener un amor sociable.
¿Un triángulo o varios triángulos?
Si bien la teoría de Sternberg clasifica el amor en compartimentos estancos, se trata de una explicación dinámica del amor, en la medida en que toda pareja puede fluctuar de una a otra tipología en el tiempo. Toda relación tiene la capacidad de alcanzar el amor consumado si se trabaja por alcanzarlo. El problema, como han apuntado diversas revisiones a la teoría de Sternberg, es que los miembros de la pareja no siempre coinciden a la hora de encajar ésta en una de las siete tipologías.
Un miembro de la pareja puede pensar que su amor es consumado, mientras la otra parte está notando una falta de pasiónEn 1992 los psicólogos Michele Acker y Mark Davis trataron de aplicar la teoría triangular del amor entre un grupo de estudiantes universitarios de entre 18 y 20 años. En su trabajo Sternberg había utilizado sólo parejas de en torno a 28 años y cuya relación duraba entre 4 y 5 años, y Acker y Davis creían que fallaría a la hora de clasificar a parejas más jóvenes. En su opinión, además, para clasificar los tipos de amor era fundamental contar con la duración de éste.
Los resultados fueron complejos. Si bien todos los participantes del estudio definían la situación de su pareja utilizando una de las siete tipologías de Sternberg, su clasificación difería en ocasiones de la que realizaba la otra parte. Por ejemplo, un miembro de la pareja puede pensar que su amor es consumado, mientras la otra parte está notando una falta de pasión.
Davis y Acker llegaron a la conclusión de que la teoría del triángulo del amor era válida, pero sólo si se aceptaba la existencia de varios triángulos. En su opinión cada miembro de la pareja establece tres triángulos: uno real –la manera en que siente el progreso y el alcance de la relación–, uno ideal –el estado de la relación al que le gustaría llegar–, y uno percibido –el estado de la relación en el que cree se encuentra la otra persona–.  En opinión de los psicólogos, si cada parte de la pareja tiene ideas distintas sobre cada triángulo es probable que la situación de ésta empeore con el tiempo. Lo que tuvieron claro, al igual que Sternberg, es que las relaciones cambian con el paso de los años y los meses, pero pueden hacerlo a mejor o a peor, y está en nuestra mano, y en la de nuestra pareja, que evolucionen en la dirección que deseamos.