domingo, 30 de junio de 2013

"Las mujeres de hoy son hijas de la liberación de los sexos y la liberación de las costumbres sexuales del siglo pasado"

Rosa Abenoza, sexóloga

"Desde la Antigua Grecia hasta la actualidad, pasando por el puritano s. XIX la literatura erótica ha sido y es un clásico de lectura para mujeres, desde que las mujeres leen", asegura la Dra. Rosa Abenoza, médico y sexóloga del Instituto de Medicina Sexual. En su opinión, este 'boom', "corresponde más bien a estrategias de marketing que a una novedad social en sí misma".
"Las mujeres buscan experimentar la fascinación del estímulo de sus propios fantasmas sexuales"
"Las mujeres de hoy son hijas de la liberación de los sexos y la liberación de las costumbres sexuales del siglo pasado, tal vez esto es lo que ha hecho normal que una mujer pueda ir en un vagón del metro leyendo el 'Decamerón' o 'El amante de Lady Chaterley' sin vergüenza ni escándalo", aventura la sexóloga.
Tras décadas de haber difundido un sexo "socialmente higienizado y genitalmente hiperrealista", la gente en general, y las mujeres en particular, sienten la necesidad de "fantasías eróticas que permitan el cultivo de una intimidad rica en emociones, y por tanto llena de inquietudes y curiosidades".
Libros como 'Diario de una sumisa' (Grijalbo) o 'Cómeme' (Planeta) ayudan a saciar las ansias de aquellas que buscan "experimentar la fascinación del estímulo de sus propios fantasmas sexuales, en una aventura sin riesgo".
Sin embargo, no hay que confundir la recreación con lo que pasa sobre el papel con lo que una pretende que pase cuando llegue a casa. "El reino de la fantasía no tiene límites y la realidad impone los principios de la misma". Además, "no siempre, o casi nunca, se quiere, se desea que la fantasía se haga realidad".
Estos libros abordan desde una perspectiva -en apariencia- inocente el BSDM (bondage sado masoquismo), algo que puede ser "muy sugerentes fantásticamente hablando y muy poco placenteros en la vida cotidiana". Según explica la Dra. Abenoza, "pretender compatibilizar una historia llena de sombras con la humilde y llana realidad suele ser bastante frustrante, decepcionante y sufriente".

Erika Lust, escritora y directora de cine porno

La directora de cine porno y autora del libro erótico 'La canción de Nora', Erika Lust, asegura que estos libros pueden servir de inspiración. "Si lo ves en otro, quizás te atrevas a hacer cosas que sólo habías pensado. Te abre un mundo y te da alternativas, ves como otras personas lo resuelven y también te da criterio".
Según ella, muchos de los títulos que se publican bajo la casilla de 'eróticos' son "patéticos": "Muchas historias que se basan en clásicos, que siguen las estructuras de las películas de Disney, solo que visten a sus personajes con ropa sexy". Romper este paradigma fue lo que le motivó a la directora de 'Barcelona sex project' a escribir su propia aventura erótica, con personajes que "rompen con los estereotipos americanos y vírgenes".
"Muchas historias se basan en clásicos de Disney, solo que visten a sus personajes con ropa sexy"
En su opinión, es importante que los caracteres femeninos que se perfilan en estas historias tengan "un poquito más de cojones, que se respeten a sí mismo y que no caigan en la idea de que necesitan a un hombre que les enseñe a disfrutar". Sobre todo, porque es probable que muchas de las lectoras acudan a estos libros en busca de referencias.
Estas lecturas, no sólo sirven para alimentar la imaginación sino que también permite a las mujeres desarrollar cierto criterio. "Además de mujeres entusiasmadas con las historias que leen, también hay mujeres que dicen yo no quiero esto... Les hace pensar sobre lo que les gustaría hacer o que le hicieran y lo que no".
Lust opina que la razón por la que la mayoría de autores de este tipo de libros sean mujeres es porque cuando "los hombres escriben un libro de alto contenido erótico, se llama, simplemente literatura".

Esther Escoriza, editora

La editora de Esencia -que cuenta con una colección exclusiva de títulos eróticos- reconoce que "el fenómeno editorial de Grey" ha propiciado un 'destape' literario. Antes, "la gente prefería no mostrarlas en público y las forraba con papel marrón", sin embargo, ahora, "todo el que los lee los pasea con orgullo".
"Ahora, todo el que lee un libro erótico lo pasea con orgullo"
La brutal campaña de marketing de '50 sombras de Grey' (Grijalbo)barrió de una vez por todas los añejos tabúes que rodeaban a este género. "Todas las librerías y grandes superficies estaban empapeladas con el libro, tentándote con el 'sticker' en cubierta de 'Sí, éste es el libro del que habla todo el mundo', salías a la calle y los autobuses estaban empapelados con el libro, por Internet circulaban vídeos buenísimos, para propiciar la viralidad", apunta Escoriza.
En su opinión, estos libros sirven de "vía de escape" ante una actualidad gris, en la que el goteo de noticias agoreras resulta en ocasiones asfixiantes. "Estas novelas están repletas de fantasías sexuales, lujo y amor" que permiten a las féminas "dejar volar su imaginación".
A su juicio, el patrón que triunfa está claro: aquel que mezcla "sexo explícito consentido y atrevido y una historia de amor inolvidable". Pero lo más importante es que cuente con "un personaje masculino oscuro". "La combinación", asegura Escoriza, "es infalible".

viernes, 7 de junio de 2013

El segundo sexo revisitado, por Carmen Posadas

El segundo sexo revisitado, por Carmen Posadas

carmen posadasCADA vez con más frecuencia surgen voces que escandalizan a las feministas recalcitrantes cuestionando el postulado de que hombres y mujeres somos iguales. E incluso van más allá y se atreven a poner en entredicho la mismísima Biblia del feminismo. Me refiero a El segundo sexo, célebre libro de Simone de Beauvoir, en el que decía más o menos que nosotras no nacemos mujeres, sino que llegamos a serlo. Es decir que la diferencia entre unas y otros es solo cultural, no de otra índole, y que el comportamiento femenino está condicionado por lo que se espera y desea de nosotras. Lo más curioso del caso es que las voces discordantes de las que hablo no pertenecen al sexo masculino sino a ese segundo sexo al que yo también me honro en pertenecer. Supongo que si lo que voy a decir a continuación lo escribiera un hombre, le sacarían la piel a tiras, pero como soy chica, me voy a dar el gustazo de afirmar que Simone de Beauvoir estaba equivocada. Por supuesto no es mi intención apearla del pedestal al que, con todo merecimiento, la aupó el siglo XX. Tampoco voy a negar su rol fundamental a la hora de sacarnos del rincón al que nos había relegado la Historia y situarnos en el centro de la vida actual. Lo que sí voy a puntualizar es que su postulado, por muy útil y por muchas puertas que abriera en su momento, no resulta cierto.
Sí, sí se nace mujer. Y no, no somos obligadas por el hombre ni por la cultura vigente a ponernos guapas para gustarles tal como apuntaba ella en su libro sino que la coquetería y la seducción son universales, ancestrales y forman parte importante de nuestra forma de ser. Nancy Hudson, una escritora canadiense que el año pasado puso en pie de guerra a las feministas francesas con su libro Reflejos en el ojo del hombre, sostiene, por ejemplo, que buscar la igualdad en lo que se refiere a tener acceso a las mismas oportunidades que ellos sigue siendo fundamental, pero para alcanzar dicha igualdad es necesario hacer un buen diagnóstico del problema. Y decir, por ejemplo, que las actitudes consideradas «femeninas» no son detestables. «No tiene nada de malo querer gustar» -apunta Hudson con lo que ella llama su mirada darwiniana, es decir, observando al ser humano como lo haría el famoso autor de El origen de las especies-; «Somos mamíferos abocados por la naturaleza a reproducirnos y a mejorar la especie».
Lo que sí le parece absurdo a Hudson (y a mí también) es la exacerbación que del sexo hace la sociedad y, sobre todo, el mundo capitalista a través de la publicidad. ¿Se apareará uno más ventajosamente si conduce determinado tipo de coche? ¿Es necesario fingir un orgasmo para vender una marca de chocolate? ¿Le perseguirán a una los hombres si usa tal o cual perfume? Hasta ahora el cuerpo femenino era el más explotado en este sentido, pero de unos años a esta parte, empieza a serlo también el masculino. Ahora son ellos los que adoptan posturitas sexys para vender jabones, relojes o cremas de afeitar. Yo debo de ser una carca y una antigua porque no me ponen nada esos efebos depilados que se contorsionan sudorosos incitándome a comprar tal o cual producto. Aunque empiezo a pensar que tal vez no se trate de ser o no carca sino que mi frialdad como consumidora está relacionada con el hecho de que hombres y mujeres somos diferentes, incluso cuando se trata de incitarnos a consumir. De esta particularidad se dieron cuenta hace ya muchos años las revistas dedicadas a uno u otro sexo. Salvo honrosas (y rara vez exitosas) excepciones, las revistas femeninas contienen sobre todo fotos de mujeres, mientras que las de hombres… las de hombres también contienen mayoritariamente fotos de mujeres, a menos que se trate de publicaciones gays.
¿A qué se debe esto? A que a nosotras nos gusta mirar a otras mujeres para imitarlas, para inspirarnos. Ellos son distintos, tienen el sexo presente en casi todas sus actividades habituales, incluso mientras leen tranquilamente una revista. En efecto, somos diferentes y no se trata de un tema cultural o aprendido, como sostenía Beauvoir. Por supuesto no quiero decir con esto que no sea necesario continuar intentando erradicar los muchos resabios machistas que aún persisten en el primer mundo y no digamos en el tercero. Pero lo haríamos más eficazmente si nos olvidáramos de lo políticamente correcto.
Cada sexo tiene aptitudes distintas y, para alcanzar la igualdad, no hace falta empeñarse en emular al contrario. Siempre me ha llamado la atención por ejemplo ese afan de algunas congéneres mías por decir que una mujer puede hacer exactamente lo mismo que un hombre. Eso será verdad en el plano intelectual, pero no puede extrapolarse a todas las circunstancias ni a todas las profesiones. Hace unos meses hubo una gran polémica en los medios de comunicación porque unas chicas insistían en su derecho a convertirse en bomberas y otras en mineras. «Somos víctimas de una injusta discriminación» -argumentaban- «¿acaso no somos tan aptas como ellos?». No sé en qué quedó la polémica, pero desde luego no hace falta dedicar ni una línea a explicar que, obviamente, nosotras no somos tan fuertes como los hombres.
Otra cosa que llama la atención son esos educadores empeñados en formar a los niños (varones) para que sean, según sus propias palabras, «seres humanos sensibles». Y para lograrlo, los ponen a jugar con muñecas o a las casitas. De momento me temo que no han tenido demasiado éxito con el experimento. Indefectiblemente, las muñecas acaban convertidas en armas arrojadizas y la casita en un wigwam cherokee. No sé qué tiene que ver la sensibilidad con jugar a las casitas, pero negar que los varones sienten mayor inclinación a ciertos juegos y las chicas a otros es tan tonto como querer ser bombera o minera.
Por todo esto, yo, que soy gran admiradora de Simone de Beauvoir, estoy segura de que ella, que era una mujer sabia y por tanto inclinada a cambiar de opinión, escribiría ahora un libro que bien podría llamarse El segundo sexo revisitado. Uno en el que, sin renunciar a la esencia de sus tesis dijera que no, que no somos iguales. Ni mejores ni peores, ni más inteligentes ni más tontas, ni menos ni más sensibles, sino gloriosamente diferentes. Y a Dios gracias, añadiría yo, porque sería aburridísimo de otro modo.
ABC

Las Mujeres que no tienen Tiempo

"Esto es lo que nadie os está diciendo: encuentra un marido en el campus antes de graduarte […] Para la mayoría de vosotras, la piedra angular de vuestro futuro y la felicidad estarán intrínsicamente unidas al hombre con el que os caséis, y nunca más volveréis a tener esta concentración de hombres dignos para vosotras".  El pasado 29 de marzo, Susan Patton, una ex alumna de Princeton y presidenta de su clase en 1977, firmó esta carta publicada en The Daily Princetonian (el periódico universitario), titulada Consejo para las jóvenes de Princeton: las hijas que nunca tuve. Patton, que pasó a ser popularmente conocida como 'Princeton mom', básicamente afirmaba que las novatas del campus debían ponerse las pilas para buscar marido despesperadamente, porque al convertirse en seniors (estudiantes de último año) no les quedarían oportunidades. "Solo tendrás a los chicos de tu clase para elegir y, francamente, ellos tendrán cuatro cursos repletos de mujeres para hacer su propia elección", apuntó la angustiada Princeton mom. Una mujer que después diría, en público, que las feministas son unas "abusonas" y que la treinteañeras "repelen a los hombres" porque parecen "desesperadas".
Curiosamente, mientras los lectores de Princeton sufrían un viaje al pasado de lo más bizarro con esta carta al director, el mismo día, en el semanal del periódico de Yale apareció en portada un reportaje (titulado #SWUGNATION) dedicado a una nueva generación de universitarias: las SWUG's. Lo firmaba Raisa Bruner, una senior del centro que trataba de poner orden a un término que se había esparcido por el campus como un virus en las últimas semanas, tras dos artículos anteriores en los que dos compañeras habían descrito su vida como swug en Yale. ¿Y qué es una swug? Si atendemos a las siglas del acrónimo, estaríamos hablando de una Senior Washed Up Girl, algo así como una chica veterana que, en un principio, pondría el grito en el cielo ante la carta de Susan Patton. Un término que, al parecer, se inició en Cornell y llegó a Yale en 2010.
Una 'swug' es una joven de 21 años que huye de cualquier atisbo de compromiso con sus compañeros de universidad, que disfruta del sexo esporádico y que, sobre todo, disfruta de la compañía de sus amigas. Una joven a la que no le importa "ponerse el chándal para ir a la biblioteca", que tampoco se preocupará de arreglarse para asistir a las fiestas de las fraternidades y que disfruta pasando el fin de semana con sus compañeras bebiendo (sí, el consumo de alcohol es básico) en sus habitaciones. Es la hermandad femenina universitaria del último año.
swugs
La portada de la revista de Yale, dedicada al nuevo fenómeno femenino en el campus universitario.
Foto: Yale Daily News
Así se entendía hasta ahora, hasta que una serie de artículos universitarios ha puesto en duda la simbología de este término. Chloé Drimal, la primera joven en describir su vida como 'swug' en las páginas del periódico de Yale, defendió que "es la chica que se prometió que nunca intentaría ligar con un chico más joven, pero que se encuentra a sí misma enviando mensajes a uno de segundo curso, que inevitablemente le rechazará. Ella cree que es divertido. Ella piensa en comprarse un vibrador, quizá debería tener uno. Sería mejor que hacerlo con el de segundo curso". Otra senior, Michelle Taylor, lo describió como "un estado de ánimo […] Es la respuesta dionísica a la brevedad cruel de nuestros brillantes años universitarios".
Poco después llegaría el artículo definitivo (#SWUGNATION) y que llamaría la atención de los medios de comunicación. Raisa Bruner (una estudiante que ya había actuado como fuente en el polémico artículo de Hanna Rosin en The Atlantic sobre la cultura del ligoteo universitario), intentó poner orden a todo el caos entorno a las Swugs y escribió un extenso en el texto en el que redujo todo el movimiento a ser un tipo de chica que se ve "resignada a volver a casa tras una fiesta, un poco insatisfecha y muy sola, –excepto por la compañia de sus comprensivas compañeras de cuarto–". Si bien Bruner aseguró que las Swugs debían ser las féminas de Yale "con la actitud de que nada les importa un carajo" y que debían representar "el ideal joven de la feminista moderna", aseguró que la "vida Swug" es "la vida repleta de alcohol en los últimos días de gloria universitarios, en un mundo de mujeres que pasan de los tíos porque ellos más que satisfacerlas, las frustran".
Dentro 2

Las Mujeres evitan a las Promiscuas??

La promiscuidad es un factor determinante entre las jóvenes a la hora de elegir a su grupo de amigas. “Cuanto más sexualmente activa sea una persona, más rechazo social provocará en sus iguales”, según concluye el estudio Birds of a feather? Not when it comes to sexual permissiveness publicado en el último número del Journal of Social and Personal Relationships. Una norma no escrita que se aplica principalmente entre las mujeres, pues para los hombres es un factor que apenas influye en sus decisiones afectivas. La principal razón, “evitar el riesgo de aislamiento social por la estigmatización de las personas promiscuas”.
Los resultados de la investigación responden a las distintas valoraciones aportadas por casi un millar de universitarios. Las jóvenes que participaron en el estudiosuspendieron a las personas sexualmente activas en nueve de los diez rasgos relacionados con la amistad que les propusieron los investigadores (simpatía, estabilidad emocional, cariño, principios éticos, etc.). La sociabilidad fue el único atributo positivo que encontraron en estas personas, aunque insuficiente como para entablar una relación afectiva con ellas.
Las promiscuas, una amenaza evolutiva
Los resultados del estudio no eran los esperables. Según reconoce la autora principal, Zhana Vrangalova, profesora de psicología en la Universidad de Cornell, “esperábamos que las mujeres no fueran tan duras a la hora de juzgar a sus pares por motivo de su actividad sexual”.
Hasta las jóvenes promiscuas calificaron negativamente a las que también lo eran. Y es que, cuando se trata de seleccionar a las amigas, lo más importante no parece ser lo que uno piense de ellas, sino lo que piensa la sociedad. Una norma que choca con el principio psicológico de la homofilia, en base al cual profundizamos los lazos afectivos, ya sean amistosos o amorosos, con aquellas personas con una forma de ser y actuar similar a la nuestra.
La hipótesis que han lanzado los investigadores para explicar los resultados del estudio se centran en las teorías evolutivas. Según estas, “alejarse de las personas promiscuas es beneficioso por varias razones”. En primer lugar, y en la línea de otras investigaciones anteriores, “las personas promiscuas son más propensas a ser infieles a sus parejas, incluso con las de sus conocidos, lo que representa una amenaza evolutiva”.
Conservar la reputación por encima de todo
Otra de las explicaciones es que la promiscuidad está asociado con un estigma social, por lo que distanciarse de este tipo de personas es una forma de “preservar la propia reputación”, explica Vrangalova. Esta última hipótesis fue ratificada por el 90% de las jóvenes que participaron en el estudio. Sin embargo, llama la atención de queninguna de las personas consideradas promiscuas dijo sentirse aislada o marginada socialmente.
“Tras cruzar los datos de la investigación, pudimos comprobar que las mujeres sexualmente activas gozaban de un grupo de amigos tan amplio como las que no lo eran”, apunta la psicóloga. El grupo de investigadores prepara ahora otro estudio para determinar qué tipo de mecanismos utilizan las personas promiscuas para mantenerse integradas socialmente, a pesar del rechazo que sus pares han demostrado hacia ellas en la investigación.

domingo, 2 de junio de 2013

Homenaje a Simone de BEUAUVOIR

CADA vez con más frecuencia surgen voces que escandalizan a las feministas recalcitrantes cuestionando el postulado de que hombres y mujeres somos iguales. E incluso van más allá y se atreven a poner en entredicho la mismísima Biblia del feminismo. Me refiero a El segundo sexo, célebre libro de Simone de Beauvoir, en el que decía más o menos que nosotras no nacemos mujeres, sino que llegamos a serlo. Es decir que la diferencia entre unas y otros es solo cultural, no de otra índole, y que el comportamiento femenino está condicionado por lo que se espera y desea de nosotras. Lo más curioso del caso es que las voces discordantes de las que hablo no pertenecen al sexo masculino sino a ese segundo sexo al que yo también me honro en pertenecer. Supongo que si lo que voy a decir a continuación lo escribiera un hombre, le sacarían la piel a tiras, pero como soy chica, me voy a dar el gustazo de afirmar que Simone de Beauvoir estaba equivocada. Por supuesto no es mi intención apearla del pedestal al que, con todo merecimiento, la aupó el siglo XX. Tampoco voy a negar su rol fundamental a la hora de sacarnos del rincón al que nos había relegado la Historia y situarnos en el centro de la vida actual. Lo que sí voy a puntualizar es que su postulado, por muy útil y por muchas puertas que abriera en su momento, no resulta cierto.
Sí, sí se nace mujer. Y no, no somos obligadas por el hombre ni por la cultura vigente a ponernos guapas para gustarles tal como apuntaba ella en su libro sino que la coquetería y la seducción son universales, ancestrales y forman parte importante de nuestra forma de ser. Nancy Hudson, una escritora canadiense que el año pasado puso en pie de guerra a las feministas francesas con su libro Reflejos en el ojo del hombre, sostiene, por ejemplo, que buscar la igualdad en lo que se refiere a tener acceso a las mismas oportunidades que ellos sigue siendo fundamental, pero para alcanzar dicha igualdad es necesario hacer un buen diagnóstico del problema. Y decir, por ejemplo, que las actitudes consideradas «femeninas» no son detestables. «No tiene nada de malo querer gustar» -apunta Hudson con lo que ella llama su mirada darwiniana, es decir, observando al ser humano como lo haría el famoso autor de El origen de las especies-; «Somos mamíferos abocados por la naturaleza a reproducirnos y a mejorar la especie». Lo que sí le parece absurdo a Hudson (y a mí también) es la exacerbación que del sexo hace la sociedad y, sobre todo, el mundo capitalista a través de la publicidad. ¿Se apareará uno más ventajosamente si conduce determinado tipo de coche? ¿Es necesario fingir un orgasmo para vender una marca de chocolate? ¿Le perseguirán a una los hombres si usa tal o cual perfume? Hasta ahora el cuerpo femenino era el más explotado en este sentido, pero de unos años a esta parte, empieza a serlo también el masculino. Ahora son ellos los que adoptan posturitas sexys para vender jabones, relojes o cremas de afeitar. Yo debo de ser una carca y una antigua porque no me ponen nada esos efebos depilados que se contorsionan sudorosos incitándome a comprar tal o cual producto. Aunque empiezo a pensar que tal vez no se trate de ser o no carca sino que mi frialdad como consumidora está relacionada con el hecho de que hombres y mujeres somos diferentes, incluso cuando se trata de incitarnos a consumir. De esta particularidad se dieron cuenta hace ya muchos años las revistas dedicadas a uno u otro sexo. Salvo honrosas (y rara vez exitosas) excepciones, las revistas femeninas contienen sobre todo fotos de mujeres, mientras que las de hombres… las de hombres también contienen mayoritariamente fotos de mujeres, a menos que se trate de publicaciones gays. ¿A qué se debe esto? A que a nosotras nos gusta mirar a otras mujeres para imitarlas, para inspirarnos. Ellos son distintos, tienen el sexo presente en casi todas sus actividades habituales, incluso mientras leen tranquilamente una revista. En efecto, somos diferentes y no se trata de un tema cultural o aprendido, como sostenía Beauvoir. Por supuesto no quiero decir con esto que no sea necesario continuar intentando erradicar los muchos resabios machistas que aún persisten en el primer mundo y no digamos en el tercero. Pero lo haríamos más eficazmente si nos olvidáramos de lo políticamente correcto. Cada sexo tiene aptitudes distintas y, para alcanzar la igualdad, no hace falta empeñarse en emular al contrario. Siempre me ha llamado la atención por ejemplo ese afan de algunas congéneres mías por decir que una mujer puede hacer exactamente lo mismo que un hombre. Eso será verdad en el plano intelectual, pero no puede extrapolarse a todas las circunstancias ni a todas las profesiones. Hace unos meses hubo una gran polémica en los medios de comunicación porque unas chicas insistían en su derecho a convertirse en bomberas y otras en mineras. «Somos víctimas de una injusta discriminación» -argumentaban- «¿acaso no somos tan aptas como ellos?». No sé en qué quedó la polémica, pero desde luego no hace falta dedicar ni una línea a explicar que, obviamente, nosotras no somos tan fuertes como los hombres. Otra cosa que llama la atención son esos educadores empeñados en formar a los niños (varones) para que sean, según sus propias palabras, «seres humanos sensibles». Y para lograrlo, los ponen a jugar con muñecas o a las casitas. De momento me temo que no han tenido demasiado éxito con el experimento. Indefectiblemente, las muñecas acaban convertidas en armas arrojadizas y la casita en un wigwam cherokee. No sé qué tiene que ver la sensibilidad con jugar a las casitas, pero negar que los varones sienten mayor inclinación a ciertos juegos y las chicas a otros es tan tonto como querer ser bombera o minera.
Por todo esto, yo, que soy gran admiradora de Simone de Beauvoir, estoy segura de que ella, que era una mujer sabia y por tanto inclinada a cambiar de opinión, escribiría ahora un libro que bien podría llamarse El segundo sexo revisitado. Uno en el que, sin renunciar a la esencia de sus tesis dijera que no, que no somos iguales. Ni mejores ni peores, ni más inteligentes ni más tontas, ni menos ni más sensibles, sino gloriosamente diferentes. Y a Dios gracias, añadiría yo, porque sería aburridísimo de otro modo.